sábado, 17 de marzo de 2018

House, una casa alucinante


Justo en la vorágine de títulos mezcla de comedia y terror que disfrutamos durante la década de los ochenta (y que todos tenemos en mente y no vale la pena recordar; si queréis un día hacemos una lista), nuestro idolatrado productor Sean S. Cunningham quiso regalarnos una película del género, siempre rentable, de casas encantadas.

Contra todo pronóstico, esta vez no es una familia con niños provistos de un perverso sexto sentido la que se instala en la mansión de marras, sino un escritor de novelas de terror (otro tópico entrañable) de relativo éxito que busca que la soledad de su nueva vivienda resucite a unas musas que atraviesan un mal momento. Aunque esa supuesta necesidad de inspiración no sea el verdadero motivo del traslado...

Dirigida por Steve Miner, quien ya coincidió con Cunningham en dos entregas de Viernes 13, House, una casa alucinante cuenta con un reparto sin grandes estrellas pero con caras muy conocidas gracias a la televisión. El escritor-al-borde-del-fracaso protagonista, Roger Cobb, lo interpreta William "El Gran Héroe Americano" Katt; quien hace de insufrible vecino chafardero es George "Norm" Wendt, en un papel que le viene como anillo al dedo; también vemos a Richard "Bull" Moll en otro personaje también apropiado para él, como es el de militar psicópata. Por último, la superestrella del cine y ex-señora Cobb es interpretado por Kay Lenz, una cara muy conocida en la televisión de esa década tan prodigiosa. Para no extendernos demasiado en la ficha técnica sólo añadiremos a las menciones a Harry Manfredini, músico habitual de las Viernes 13 de Cunningham, y al bueno de Fred Dekker quien, aunque no escribió directamente el guión, sí es suya la historia.

Ya hemos arrojado pequeñas pinceladas de la sinopsis en anteriores párrafos; Roger Cobb es un escritor cuya última novela, Baño de sangre, ha sido un rotundo éxito. Sin embargo tiene la presión de su editor, quien le exige que escriba más páginas, preferiblemente del género de terror. Pero Cobb sólo tiene en mente el relato de sus experiencias en la guerra de Vietnam. Tras el suicidio de su extraña tía, en extrañas circunstancias, Cobb decide trasladarse a la casa que ha recibido en herencia. Aunque a su vecino pelmazo le esgrime como argumento la necesidad de soledad con fines creativos, el motivo real y ciertamente inconfesable de la mudanza es encontrar a su hijo, desaparecido según él en la piscina de esa casa, delante de sus propios ojos.

A partir de ese momento comienzan a sucederse fenómenos extraños dentro de la casa, que originaron, entre otras cosas, el suicidio de la anciana tía. Monstruos en el armario, herramientas punzantes levitando y arrojándose, demonios que simulan ser su ex-mujer y cuyas extremidades mantienen vida autónoma... Lo más normal hubiera sido que el inquilino abandonara la estancia tras ser testigo de las primeras manifestaciones pero Cobb, trastornado por la pérdida de su hijo y por Vietnam, asume los fenómenos paranormales como si fuera una simple plaga de cucarachas. O como si un mapache del tamaño de un San Bernardo hubiera instalado su madriguera en el armario.

No nos explican el origen de la maldición de la casa -ni falta que hace, estamos en los ochenta!- pero sí la desaparición del niño; lo secuestra, de la manera que los fantasmas secuestran a niños vivos, Big Ben, el compañero más cercano de Roger Cobb en Vietnam y a quien éste se negó a matar cuando agonizaba, lo que provocó que los charlies lo capturaran y lo torturaran durante semanas. Capturar a su hijo fue su venganza al convertirse en fantasma. Pero, por supuesto, nuestro protagonista consigue vencerlo, rescata a su hijo y se dan un suculento banquete de perdices.

House es otro ejemplo de esas películas de terror que tanto proliferaban en la década de los 80 que incorporaban elementos de comedia que hacen que ahora, treinta años más tarde, prevalezca el factor cómico sobre el terrorífico. Obviando la irresponsable comparación de limitaciones técnicas, esta película daba más miedo hace tres décadas que ahora, pero se sigue disfrutando igual. Los efectos especiales, de ésos hechos a mano y que tanto nos gustan, a ojos del siglo XXI envejecen francamente bien, la música cumple su función estupendamente y la historia, sin tenernos boquiabiertos cada segundo, es suficiente para que mantengamos el interés en todo momento. No suele ser un título demasiado recordado hoy en día pero algo bueno tiene que tener para contar con dos -o tres?- secuelas.


viernes, 2 de febrero de 2018

La Furia del Planeta Rojo



Es indudable que para los autores del cine de ciencia-ficción de los años 50 la Tierra se les había quedado pequeña. La mayoría de veces eran los aburridos extraterrestres los que no tenían otro pasatiempo mejor que invadirnos, pero también había casos en los que la imaginaria tecnología terrícola permitía algún periplo más allá de la Luna. Para hacer el relato un poquito más verosímil los viajeros espaciales no iban mucho más allá de lo concebible. Se quedaban, por ejemplo, en Marte.

Un viaje de ida y vuelta a Marte es lo que nos cuenta La Furia del Planeta Rojo (The Angry Red Planet, 1959), escrita y dirigida por Ib Melchior, y protagonizada por Gerald Mohr, Nora Hayden, Les Tremayne y Jack Kruschen.

Un cohete enviado a Marte había perdido la comunicación con la Tierra y se daba por perdido. Sin embargo, un día se detecta su presencia cerca de la atmósfera terrestre y se consigue su aterrizaje. Contra todo pronóstico, de los cuatro tripulantes que iniciaron la misión hay dos supervivientes: la doctora Iris Ryan y el piloto O'Bannion, gravemente contaminado por una extraña sustancia en su brazo. Al tratarse de una afección desconocida en nuestro planeta, la única manera de salvarlo es que la doctora Ryan recupere la memoria. Y así comienzan a relatarnos tan curioso y pintoresco viaje.

Tras un trayecto insólitamente breve -hay elipses temporales representadas por un calendario que indica los días transcurridos que no evita sin embargo la sensación de que aquello se ha rodado en una mañana-, el aterrizaje (o amartizaje?) del claustrofóbico vehículo espacial en el planeta rojo se realiza sin problemas. Permanecen un tiempo observando por la ventana, sorprendidos por la exuberancia de la vegetación autóctona y por la ausencia de cualquier tipo de movimiento o sonido. Como en el cohete ya han pasado muchos días y no consideran necesario que ningún miembro de la tripulación permanezca allí dentro como medida de auxilio, salen los cuatro de expedición, hacia lo desconocido. Y, por supuesto, en la superficie de Marte no hay únicamente plantas.

Técnicamente la película es muy irregular; combina efectos sorprendentes para la época como el "famoso" Cinemagic, ese filtro rojo que dota de una atmósfera muy convincente a nuestro planeta vecino, con voluntariosos cutreríos como dibujos no excesivamente logrados suplantando maquetas de la nave o el propio decorado de la cabina. Eso sí, los monstruos marcianos, que es lo que en el fondo nos interesa, son más que dignos y merecen un puesto en las listas de criaturas célebres de la ciencia-ficción cincuentera. Destaca la planta carnívora, la ameba amorfa, el caudillo de tres ojos y, especialmente, la maravillosa rata-araña-murciélago.

Pese a su frívola apariencia, La Furia del Planeta Rojo cuenta con su conato de moraleja. Al final, los malvados marcianos, tras acosar a los frágiles misioneros terrestres y acabar con la vida de alguno, permiten que dos de ellos regresen a su hogar con el fin de entregar un mensaje; una amenaza de que pagarán las consecuencias si vuelven a molestar a los poderosos habitantes de Marte, si se les ocurre regresar a ese planeta sin haber sido invitados.

viernes, 22 de septiembre de 2017

La credibilidad del payaso


Una agotadora y casi eterna promoción -especialmente a través de las redes sociales- hizo germinar en mí cierta antipatía hacia It (Andrés Muschietti, 2017) mucho antes de que se estrenara. Esta aversión creció los días previos al estreno, pues la efigie de Pennywise rondaba por doquier. Hay que reconocer que la estética del personaje es atractiva, una buena evolución del payaso que nació cinematográficamente en las carnes de Tim Curry, pero su omnipresencia resultaba francamente cansina. Además, tampoco se entendía el hype desmesurado, pues no era más que una segunda versión -tras un mediocre telefilm como primera- de una novela del prolífico Stephen King, que si por algo se ha caracterizado es por la facilidad con la que se adaptan sus historias a la gran pantalla.

A pesar de todo, las positivas opiniones leídas me generaron una buena predisposición. Aunque muy probablemente si se hubiera estrenado en una época de menos sequía de películas interesantes en cartelera la hubiera visto en el sofá de casa, acudí al cine con curiosidad y ganas de sorprenderme.

No me sorprendió mucho precisamente, pero me hizo pasar un buen rato. Muchos la catalogarían dentro del género de terror, pero miedo, miedo, no pasas mucho. Y eso que Muschietti aplica algunas de las trampas (sustos fáciles, aumento de decibelios, etcétera) que insertó hasta la saciedad en su irregular anterior trabajo, Mamá. Además es una película con críos, con las limitaciones argumentales que ello supone. Tal vez sea la escasa edad de los protagonistas, o bien el planteamiento tan coral de la historia, pero no llegas a empatizar realmente con ningún personaje. Te pueden caer mejor o peor, pero nadie alcanza el nivel de carisma suficiente. Entre estos personajes, obviamente, destaca el payaso bailarín, Pennywise, interpretado -porque así nos lo aseguran- por Bill Skarsgard, el enésimo miembro de la estirpe Skarsgard, competencia clara -y perdedora en dicha lid, a todas luces- de los Baldwin. Como he dicho, el diseño artístico es muy interesante, pero su sobreexposición le resta misterio. Será que nos hemos criado con Alien y Tiburón.

Llegados a este punto, como soy consciente de que llego un poco tarde y ya se ha hablado y escrito mucho sobre esta película, voy a aprovechar para permitirme una pequeña reflexión acerca de ese ambiguo misterio de la figura de Pennywise. No se trata de algo excesivamente grave, ni tiene por qué amargar el buen sabor de boca con el que sales de la sala, pero sí deja cierta sensación de narración incompleta. Nos faltan respuestas. De dónde sale el payaso? Y, sobre todo, cómo ha obtenido esos poderes mágicos? En el pasado han sucedido fenómenos extraños en Derry, la apacible pero puntualmente convulsa población del estado de Maine, que han mantenido el calificativo de extraños porque nadie ha averiguado -o se ha molestado en averiguar- el origen.

Esta incertidumbre que los habitantes de Derry asumen con una mezcla de resignación e indiferencia, que quizá provoca más desasosiego en el propio espectador, como he dicho no es especialmente preocupante. Porque es algo que hace 30 años, en nuestra infancia, no generaba inquietud alguna. No existía la necesidad de explicarlo todo. De dónde provienen los mogwais? Y por qué Jason Voorhees resucita? Disfrutábamos de las películas casi tanto o más que ahora, con flagrantes cabos sueltos que en absoluto menoscababan la experiencia cinematográfica.

Cuando la explicación podía ser extremadamente sencilla: fuerzas extraterrestres, invocaciones demoníacas... hasta un robot podía cobrar consciencia si le caía un rayo encima. O cualquier científico chiflado podía crear una fórmula para resucitar a los muertos o dos frikis adolescentes, tomando como materia prima una muñeca Barbie, fabricar a la mujer perfecta. Las pocas explicaciones que nos daban los guionistas para justificar los fenómenos extraños y paranormales resultaban tan rocambolescas como igualmente válidas a nuestros ojos cándidos y transigentes.

Ahora no, necesitamos una explicación a todo. Las historias que nos cuentan hoy en día tienen que cerrar completamente el círculo para que el espectador pueda completar el rompecabezas. Si no lo completa será por su ineptitud, no porque el guionista no le haya puesto todas las piezas sobre la mesa. Y no es "problema" de los nuevos espectadores, ésos que prefieren el remake de Karate Kid con el hijo de Will Smith a la original, sino de todos, en general. Porque nosotros, los que estamos convencidos de que algo tan random como un condensador de fluzo permite viajar en el tiempo, también exigimos una explicación a las películas que se producen actualmente.

Un último ejemplo, muy paradigmático, lo tenemos con Alien Covenant. Los xenomorfos que han hecho la vida imposible a la teniente Ripley y compañía son extraterrestres. Y punto. En el espacio, aparte de que nadie oye tus gritos, pueden existir las criaturas más insospechadas. Independientemente de que la justificación sea más o menos satisfactoria, semejante planteamiento nos genera un dilema. Nos quedamos con nuestra candidez ochentera o intentamos asimilar una teoría repleta de lagunas que intenta explicar algo innecesario desde el punto de vista pragmático? Hemos evolucionado o involucionado?

A día de hoy consideramos que un guión es bueno cuando todo está bien argumentado, sin margen para la arbitrariedad. Lo aceptamos y si algo falta, como en el patrón de hace 30 años, como en este It, notamos su ausencia.

sábado, 9 de septiembre de 2017

Viernes 13. La saga (2/2)


Viernes 13, Jason Vive (Tom McLoughlin, 1986)

En esta ocasión sí es el mismísimo Jason Voorhees el verdugo de los condenados por acercarse al campamento Crystal Lake... rebautizado como Forest Green para evitar la mala prensa del denominado campamento sangriento. En efecto, Jason vuelve a sus orígenes para continuar con la interminable tarea de liquidar monitores negligentes como venganza a la primera de sus muertes, cuando era un crío.

Venganza es precisamente lo que busca nuestro conocido protagonista, Tommy Jarvis (esta vez interpretado por Thom Mathews, a quien ya vimos en El Regreso de los Muertos Vivientes y su continuación). No satisfecho con saber que Jason está muerto y enterrado, planea profanar su tumba y quemar su cuerpo presuntamente descompuesto. Obviamente su plan tiene escaso éxito y, gracias a cierto factor paranormal y a un rayo, el asesino resucita al más puro estilo Frankenstein.

A partir de aquí se repite el esquema habitual. Jason va matando cruelmente a todo aquél que se le pone por delante (y si nadie se cruza en su camino, él se las arregla para encontrar alguna víctima) hasta el enfrentamiento final con los supervivientes. Tenemos la enésima final girl, Megan, que es quien remata a Jason tras los (poco sorprendentes) problemas del plan de Tommy -quien también sobrevive- para acabar, una vez más, con la vida del enmascarado.

Pocas novedades encontramos en relación a entregas anteriores. Una de ellas es que el asesino es mostrado desde el principio; en casi todas las muertes -como siempre, de muy diversa índole- vemos que es Jason quien los perpetra. La consolidación de la simpatía que sentimos hacia él hace que no nos importe en absoluto que nos priven de un desgastado componente de misterio.

Otro elemento sensiblemente novedoso es que el campamento... por fin tiene niños! Es algo complicado de introducir en un entorno de asesinatos en serie y la poca habilidad con la que lo hacen en esta película justifica su ausencia. Si bien es cierto que, a pesar de los escasos escrúpulos de Voorhees, en ningún momento tememos por su integridad, la reacción colectiva de los críos ante los terribles sucesos que acontecen (y que los torpes monitores disimulan con mucha precariedad) es escasamente creíble.

Monitores asesinables hay pocos, así que para saciar la sed de sangre de Jason se recurre a otro tipo de habitantes humanos del bosque, como ejecutivos machistas jugando al paintball (alguno de ellos acarreando un oportuno machete) o la intrascendente pareja que copula con toda la ropa puesta. Por cierto, dato importante, ningún pecho femenino es descubierto en el transcurso de esta película.

El plan de Tommy Jarvis para matar a Jason consiste en devolverlo al lugar de dónde salió, atándolo con una cadena a una roca y hundirlo en Crystal Lake, Como liquidar a Jason no es la tarea más sencilla del mundo, ésto no es suficiente y es Megan la que lo hace picadillo con la hélice del motor fueraborda de una barca.
Jason Voorhees está hundido en el fondo de Crystal Lake, presuntamente ahogado. Y ese presuntamente nos da unas esperanzas que se confirman en un último plano, con la apertura de un ojo debajo de la máscara de hockey.

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Viernes 13, Sangre Nueva (John Carl Buechler, 1988)

Esta película comienza con un necesario recordatorio de las andanzas de Voorhees en anteriores ediciones; estamos en el séptimo episodio y ya son muchos eventos (casi idénticos pero numerosos) que recordar. Es un detalle que se agradece, pues nos recuerda cómo acabaron (siempre presuntamente) con el asesino de la máscara de hockey en la sexta parte, con el fin de que encajemos las piezas y hallemos una coherencia que, por otro lado, tampoco parece que les quite mucho el sueño a los productores.

Como bien recordamos (básicamente porque lo podemos leer unos párrafos más arriba), Jason termina ahogado en el fondo de Crystal Lake. Pero no termina del todo, porque si no, no estaríamos hablando de esta película y el recurso del impostor ya ha sido utilizado en la quinta entrega. Paradójicamente la responsable de su resurrección resulta ser la que acabará siendo una nueva final girl, Tina, una joven traumatizada con poderes telequinéticos, lo que supone la gran novedad dentro de la serie. Por fin un post-adolescente con armas para poder plantarle cara a nuestro asesino...

Tina, traumatizada en su infancia por la muerte de su padre, de la cual se siente responsable (como no podía ser de otra manera, pues a causa de sus poderes murió sepultado por el embarcadero en nuestro famoso lago), acude con su madre y el desquiciante doctor Crews a la cabaña donde sucedieron los hechos, como desesperada terapia. El recuerdo de aquellos acontecimientos y los dudosos métodos del doctor Crews (interpretado por Terry Kiser, el famoso cadáver de Este muerto está muy vivo) conducen a Tina a una situación de estrés en la cual, intentando invocar a su padre muerto, no hace otra cosa que resucitar a Jason Voorhees, quien casualmente vegetaba en las profundidades del mismo lago.

Una vez justificado el retorno de Jason, la sucesión de asesinatos está servida. Una fiesta de cumpleaños, con jóvenes hiperhormonados e intrascendentes, supone un coto de caza demasiado accesible para nuestro ídolo. Al menos siguen preocupándose por presentárnoslos lo suficientemente repelentes como para que, una vez más, nos pongamos de lado del asesino. En esta ocasión además los fornicios son bastante frecuentes, aunque lo que interesa, la presencia de pechos femeninos, acaba siendo testimonial.

Hay muchas muertes; de hecho, aproximadamente el 90% de los personajes muere a manos y machete de Jason, pero el gore tampoco hace acto de presencia en exceso. Entre hachazos, machetazos y estrangulamientos, una muerte por trompetilla acaba siendo lo más estrambótico. También aquí destaca un hábito de Voorhees, y es el de mover los cadáveres. No sólo tiene el don de la ubicuidad (puede estar preparando una brocheta de campistas en medio del bosque y a los dos minutos estar lanzando por la ventana de la cabaña a una pareja recién copulada), sino que tiene la agilidad suficiente como para presentar los cuerpos descuartizados de los amigos a las futuras víctimas para acrecentar su miedo.

Ésta es la primera película en la que Jason es interpretado por el que probablemente sea su álter ego más célebre, Kane Hodder. De nuevo vemos a Jason sin la máscara, y está muy logrado. es un monstruo terrible... pero quizá pierda personalidad. Aunque el maquillaje es excelente, lo reconocemos y nos identificamos mejor con su máscara de hockey.

La muerte de Jason en esta séptima entrega es bastante surrealista, pero a estas alturas no desentona en absoluto; es más, supone un nostálgico homenaje a los orígenes. En un momento en que Voorhees ha resistido a todos los ataques telequinéticos de Tina y parece invencible, el difunto padre de la chica imita al Jason niño de la primera entrega y emerge del lago para que el asesino le haga compañía en ese fondo tan concurrido.

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Viernes 13, Jason Toma Manhattan (Rob Hedden, 1989)

A estas alturas Jason Voorhees no necesita presentación, pero sus primeras víctimas tienen el detalle de recordar quién es a los espectadores más despistados. También le proporcionan, presuntamente sin querer y tras otra recurrente chanza de adolescentes, la máscara de hockey, una vez se han ocupado de resucitarlo. Son una parejita enamorada -y temeraria- navega en una pequeña embarcación por Crystal Lake, cuando la noche y un apretón de hormonas les obliga a detenerse y soltar el ancla sobre un cable eléctrico submarino que provoca una descarga que resucita a Jason, hundido en el lago.

A partir de aquí, la película procede con el guión acostumbrado, esta vez dividido en dos escenarios. La primera mitad transcurre en un barco, el medio de transporte elegido por Jason para abandonar de una vez el lago de New Jersey. Un grupo de jóvenes se dispone a celebrar una fiesta (de graduación, de fin de curso, da lo mismo) en dicho barco, cuyo destino es la ciudad de Nueva York. Y claro, nuestro querido serial killer no puede resistir la tentación de asesinar a tantos potenciales monitores negligentes y se convierte en un peligroso polizón.

Esta parte es la más similar a las entregas anteriores. Los chavales van cayendo uno a uno, sin descubrir hasta que es demasiado tarde la presencia de Jason. Éste, sin embargo, en medio del mar no dispone de los escondrijos que le procuran los bosques alrededor de las cabañas del Campamento Sangriento, por lo que, sumado a su corpulencia, resulta aún más inverosimil que pase inadvertido. En cualquier caso, su capacidad de teletransporte le ayuda a escurrir el bulto con limpieza. También mantiene, aunque en menor medida por la logística antes mencionada, la costumbre de mover los cadáveres (o parte de ellos) y mostrárselos a sus futuras víctimas con el fin de sembrar el pánico.

Los personajes son viejos conocidos de la saga: el príncipe azul, la pija que hace bullying, el perrito, el loco (sosias de Ralph, el de las dos primeras entregas), los adultos protectores... y la protagonista, la final girl. Se trata de otra chica con trauma de infancia y una debilidad inoportuna: miedo al agua. Este dato, inicialmente tan intrascendente como las vidas del grupo de jóvenes que viajan en el barco, cobra importancia al enterarnos de que el trauma tiene relación con Jason y su famoso lago.

La segunda mitad de la película es algo más novedosa, debido a que el entorno varía sustancialmente: la superpoblada de asesinables humanos ciudad de Nueva York. Tanta población dispuesta a ser acuchillada estresaría demasiado al señor Voorhees, así que, una vez llega junto a los pocos supervivientes del barco, se dedica a perseguir únicamente a éstos. La cuestión es mantener el esquema habitual.

A nivel artístico, destacan un par de elementos. La música, típica de los ochenta, con canciones introducidas con calzador pero que nos producen una sensación agradable de traslado a aquella época. Y la estética del personaje, encarnado de nuevo por Kane Hodder, alcanza su cénit, probablemente su imagen más característica. Otra insólita novedad es la introducción de pequeños elementos cómicos que logran que empaticemos (aún más) con Jason. Este recurso ya se había utilizado anteriormente, pero con cuentagotas y es en esta entrega, por fin, cuando se consolida. Trasladarlo a un entorno diametralmente opuesto a Crystal Lake sin duda ayuda a lograrlo.

La muerte de Jason es diferente pero igual de enigmática que las anteriores. En plena persecución por calles, callejones y cafeterías, de Rennie y Sean, la final girl y su príncipe azul respectivamente, acaba en las alcantarillas, donde cada día, puntualmente a cierta hora, fluyen unos residuos altamente tóxicos. Los dos perseguidos logran esquivarlo, no así Jason, quien se convierte en niño al morir para contribuir al delirante misticismo de su biografía.


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Viernes 13, Jason va al Infierno (Adam Marcus, 1993)

Lo único salvable de este telefilm tal vez sean los efectos especiales de los KNB que, sin ser excepcionales, sí que están muy por encima del nivel general de la película. Probablemente estemos ante la peor entrega de la saga en muchos aspectos: malas interpretaciones, montaje desquiciante, personajes poco carismáticos... y un guión que hace trizas la mitología y el espíritu de Viernes 13.

A pesar de que Kane Hodder figura en un lugar destacado de los créditos, la presencia física de Jason es casi testimonial. La máscara sale poquito, cosa que no nos gusta y que, de una manera subjetiva, le resta puntos. Porque Jason está vivo, pero ocupando el cuerpo de otros, algo que ya hemos visto muchas otras veces pero inédito en esta franquicia. Aparte de esta absurda -y tardía- novedad, se genera una necesidad de explicar la inmortalidad de JV, en paralelo a racionalidad de la madurez que hemos alcanzado guionistas y espectadores en la década de los noventa. Este misterio en los ochenta nos daba un poco igual, de la misma manera que saber de dónde vienen los mogwais. A este respecto

Ahora resulta que Jason tenía una hermana, que a su vez tiene una hija y ésta, otra hija. Y, oh sorpresa, el asesino de Crystal Lake sólo puede morir a manos de una Voorhees. De manera simétrica, sólo puede resucitar a través del cuerpo de también una Voorhees. Porque Jason al comienzo de la película está vivo; aunque estemos en los noventa y haya que explicarlo todo, esta vez no es necesario conocer cómo resurge de las alcantarillas de Manhattan. La astuta policia le tiende una trampa y lo descuartizan, pero su mágico corazón sigue latiendo. Como no puede volver a recomponerse, utiliza el cuerpo del forense para cometer los primeros crímenes -entre ellos un celador de la morgue interpretado por el propio Hodder-, ir pasando de un cuerpo a otro y asesinando a aquel que ose campar por Crystal Lake. Aunque alguna muerte tiene una estética destacable, no es el monstruo de la máscara quien la lleva a cabo y le resta cierto atractivo.

Hay tres personajes principales. Creighton Duke, un "cazador de cabezas" que parece saberlo todo sobre Jason Voorhees pero que resulta ser únicamente un macarra totalmente improductivo; Jessica Kimble, la accidental sobrina de Jason, torpe, histérica y ajena a sus macabros ancestros, cuya principal preocupación es, obviamente, su hija y quien finalmente asesta el golpe de gracia a nuestro querido serial killer con una daga que le da Duke y que nadie sabe de dónde ha salido. Y Steven Freeman, la ex-pareja de Jessica y padre de la criatura, un héroe absolutamente anticarismático que no ha roto un plato en su vida pero que deja en evidencia al ayudante del sheriff al menos en tres ocasiones. No parece el elenco óptimo para acabar de una vez por todas con Voorhees, sin embargo tienen más éxito que sus predecesores. Tras clavarle Jessica la daga, la tierra se abre y unas enormes manos demoníacas agarran a Jason -ya con los músculos de Kane Hodder, pues ha podido resucitar al introducirse el parásito que permite la transmigración de cuerpos en el cadáver de Diana, su hermana y madre de Jessica-, encerrándole para siempre en el Infierno.

Pero como a los esbirros de Cerbero parece que no les gusta el hockey, escupen la máscara al exterior y ésta queda desenterrada... hasta que una mano con cuchillas surge de la tierra y vuelve a enterrarla. No es éste el único huevo de pascua que encontramos; cuando Steven cae al sótano de la Mansión Voorhees, en plena refriega con Jason, se puede ver una caja de madera dirigida a una expedición del Ártico para una tal Julia Carpenter, (Ártico? Carpenter?) muy similar a la del episodio de La Caja de Creepshow. También encuentran en esa siniestra vivienda un ejemplar del Necronomicón, lo que nos hace inferir los orígenes mágicos de la inmortalidad de Jason y aventurar una futura enemistad con nuestro también héroe Ash Williams.

Si esta entrega destroza la continuidad de la saga, y le sustrae la poca coherencia que tenía en un paradójico intento de otorgársela, sólo hubo que esperar ocho años para que, tanto continuidad como coherencia, volaran definitivamente por los aires.

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Jason X (Jim Isaac, 2001)

Cuando estábamos casi convencidos de que Jason Voorhees ardía en las llamas del Infierno, no porque dudáramos de su perseverancia en permanecer vivo sino porque ya había transcurrido casi una década desde que supimos de él, nos lo vuelven a presentar vivo y aparentemente coleando. Y nos da igual que el otro icono del cine de terror de New Line Cinema lo haya secuestrado en el mismísimo Infierno en la novena parte y que la continuidad continúe, valga la redundancia, hecha pedazos. Hemos perdido la coherencia, pero hemos ganado la posibilidad de ver estas películas en el orden que nos dé la gana. Importa muy poco que el guión tenga más agujeros que la máscara de nuestro protagonista.

Porque Jason está vivo y eso que sus enemigos lo han intentado (casi) todo. Por eso, a los más eminentes científicos la única forma que se les ocurre de aplacar a la bestia es criogenizarlo mientras cavilan un método definitivo de ejecución. A pesar de que otros científicos, aún más eminentes, encabezados por un cameo del bueno de David Cronenberg, no quieren exterminarlo, sino examinarlo para conocer el origen de su invulnerabilidad (y de paso hallar la Fuente de la Eterna Juventud). Por supuesto ambos planes salen mal y Jason acaba con todos los militares y civiles que lo custodian salvo Rowan (la que será nuestra teniente Ripley...), que consigue congelarlo y accidentalmente viajar junto a él más de cuatro siglos al futuro.

Tras este curioso y relativamente original planteamiento, nos encontramos con lo de siempre con una pequeña novedad en forma de explotación -o exploitation, término más definitorio- de la saga Alien. Jason-Alien va liquidando uno a uno a los tripulantes de la Grendel, hasta que al final sólo queda la heroína y algún que otro pringado que sobrevive para sorprender al indiferente espectador. Porque las similitudes con Alien son tan evidentes que da hasta vergüenza enumerarlas: el contexto de una nave científica, con cierto respaldo militar, que recoge unos cuerpos sospechosos; un androide que acaba desmembrado y que se enfrenta de manera enérgica al villano (lo que nos recuerda, en este caso, a los dream warriors de la tercera de Freddy); el burócrata que quiere conservar el hallazgo por motivaciones crematísticas; los soldados ultrapreparados que intentan liquidarlo sin éxito, cada uno con su nombre -que pronuncian varias veces para que el espectador adopte una ridícula empatía- pero a años luz del carisma de los marines de Aliens. Etcétera. Además está el Uber-Jason, el engendro en el que accidentalmente se regenera nuestro asesino casi al final de la película que nos recuerda a un Terminator bastante divertido.

Nos reconforta comprobar cómo JV no ha perdido sus costumbres. Sigue recurriendo al teletransporte para desplazarse con el sigilo que le permiten sus 120 kilos de peso por una nave enorme e insólita para un habitante de Crystal Lake. La manía de dejar los cadáveres esparcidos para sembrar un poquito de pánico tampoco la ha perdido.

En el aspecto técnico se pueden destacar algunos elementos. La confusa pero inconfundible música de Harry Manfredini nos sigue acompañando. Se echan de menos los temas ochenteros de, por ejemplo, la octava entrega pero no debemos olvidar que estamos en los 2000 y ya tenemos -ejem- pelo en el pecho. Los efectos son tan extremadamente digitales que han envejecido horriblemente, como le sucedió a George Lucas en sus episodios I, II y III. En su momento nos debió flipar -seguramente, ahora parece difícil pensarlo- pero ahora parecen dignos de un videojuego de Playstation Uno. Cantan demasiado y se añoran las vísceras de andar por casa ochenteras. Eso sí, el truco final para engañar a Jason, utilizando una especie de realidad virtual del siglo XXV, es exuberante y, cuanto menos, original.

Resumiendo, Jason X es una mala película, con homenaje descarados y fórmulas y personajes desgastados, pero que no aburre excesivamente debido a su duración estándar de hora y media (qué importante es esta variable en una película y qué poco se tiene en cuenta) y porque nos gustan las naves espaciales y ver a Jason descuartizar.

Después de esta peregrina vuelta de tuerca qué vendrá? Jason Voorhees enfrentado a Freddy Krueger? Un remake innecesario y espantoso? Sólo las productoras con cajones llenos de telarañas lo saben.

viernes, 1 de septiembre de 2017

Viernes 13. La saga (1/2)


Viernes 13 (Sean S. Cunningham, 1980)

Sin ser cronológicamente la primera película slasher de la historia, sí fue la que alcanzó la notoriedad suficiente como para crear ciertos patrones en dicho género, si bien muchos de ellos no se manifestaron hasta entregas posteriores.

Como todos sabemos, lo más destacado de esta primera, especialmente cuando se es consciente de todo lo que vino después, es que el asesino no es nuestro querido Jason Voorhees, sino su madre Pamela (personaje notablemente interpretado por Betsy Palmer). Por lo demás, a falta de la introducción de determinados elementos característicos y ciertamente carismáticos (por ejemplo, buscar la salvación a través del encierro en un armario, que Carpenter con su Halloween ya nos mostró), no difiere demasiado del resto de películas de la saga ni del alud de explotaciones ochenteras que la sucedieron.

En el prefacio nos muestran una especie de flashback donde, en un campamento pseudoreligioso (o sin el pseudo), una parejita atrevida y descocada y con ganas de pasarlo bien es brutalmente asesinada. A partir de entonces, el campamento Crystal Lake es conocido entre los lugareños como el campamento sangriento; han pasado apenas diez minutos de película y ya estamos perfectamente informados de que los joviales pero atrevidos monitores del campamento no van a tener una estancia precisamente agradable.

El número de víct... monitores del campamento es más o menos el de siempre, seis, ocho, nueve, depende de la voracidad de la familia Voorhees. Eso sí, con una estricta paridad entre hombres y mujeres y con algún solterón de por medio al cual el karma le bonifica con una demora en su ejecución.

En esta primera parte, los asesinatos se van sucediendo a partir de la mitad de la película, con una música muy adecuada que nos alerta inequívocamente de que algo de sangre vamos a ver, y una ausencia de luz que por momentos no sabemos si nos provoca más miedo o nos evita la visión de escenas desagradables. Los problemas eléctricos son todo un clásico en esta saga.

A pesar de contar con el incuestionable trabajo del maestro Tom Savini, el gore es muy moderado. O tal vez desde nuestro punto de vista, desde las alturas del año 2016, no llegamos a sentir la repugnancia que muchas películas actuales intentan provocar para disimular sus carencias. Pero en absoluto debe considerarse como algo negativo. El terror hay que buscarlo en otro sitio. En el asesino oculto, que liquida a sus víctimas sigilosamente y de una en una.

Resulta paradójico comprobar cómo la principal sorpresa de Viernes 13 se fundamenta en algo que todavía no ha pasado; si la vemos por primera vez, conociendo inevitablemente al personaje de Jason y su currículum, mientras la vamos viendo y se van gestando los crímenes estamos convencidos de que el asesino es él.

Y curiosamente sólo hace acto de presencia al final, en una onírica aparición que nos hace dudar de su verosimilitud y atacando a la única superviviente, Alice, que tiene el perfil de final girl que se repetirá en posteriores entregas. Esta demostración de la insólita mortalidad del niño Jason nos da pistas sobre los fenómenos paranormales que acompañan al personaje.

Jason no muere (se supone que el niño ya está muerto!), pero sí Pamela, decapitada por un... machete en manos de Alice, la final girl.

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Viernes 13, parte 2 (Steve Miner, 1981)

El final relativa y gratuitamente abierto de la primera entrega nos sirve en bandeja esta segunda parte, un nuevo ejemplo de explotación del género y del personaje. La revolución llevada a cabo en esta película es ciertamente escasa, repite el mismo esquema que su predecesora (y que la mayoría de sus continuaciones): un asesino oculto va ejecutando a sus víctimas, otro grupo de monitores en un campamento cercano al lago sangriento (no el mismo que el anterior, que conste, éstos no son tan inconscientes), sin mostrar su rostro hasta el final en su enfrentamiento con la final girl.

Y esta vez sí que es Jason, con su feo rostro oculto debajo de un saco con un agujero por el que asoma su ojo izquierdo, quien comienza atando algunos cabos sueltos, como acabar con Alice, la superviviente de la primera parte. También se deshace del Loco Ralph, el loco -de ahí su poco original epíteto- del pueblo que no deja de advertir a los jóvenes del peligro de acampar a orillas de Crystal Lake de una manera -comprensiblemente dada su reputación- infructuosa.

Aunque aquí también las muertes intentan ser variadas y creativas, pocos elementos originales incorpora esta película; una víctima en silla de ruedas, para mostrar lo despiadado que es Jason y poco más. Algo de sustancia dramática aporta la final girl de turno; como psicóloga infantil y conocedora de los traumas de nuestro asesino favorito, en una interpretación mediocre pero suficiente dadas las taras de Jason se hace pasar por la señora Voorhees para tranquilizarle y disuadirle de matarla. En un momento de confusión, aprovecha para asestarle un machetazo en el hombro y considerarle oficial e imprudentemente muerto.

Pero por supuesto esto no acaba aquí. Tras un susto simpático y típico en el género -pero poco explotado en esta saga- como la súbita aparición del perrito Muffin cuando todos creíamos que era Jason, éste atraviesa la ventana, con el machete aún clavado en el hombro, con la cabeza al descubierto y mostrando una frondosa, desaliñada e insólita melena, y ataca por la espalda a Ginny, nuestra heroína.

En el siguiente plano han llegado las autoridades y una ambulancia se la lleva, dándonos a entender que se acaba de despertar de un desmayo. Ella no sabe qué ha pasado después del ataque que ha sufrido y nosotros tampoco. Sólo tenemos la certeza de que Jason Voorhees sigue vivo y que, con un poco de suerte, haya una próxima entrega de sus fechorías...

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Viernes 13, parte III (Steve Miner, 1982)

El mismo argumento vuelve a asomarse en esta tercera entrega de los crímenes a orillas de Crystal Lake. Un grupo de amigos se disponen a pasar un agradable fin de semana mezclando naturaleza y drogas, alcohol y, si los astros se alinean, sexo. En realidad no sabemos con certeza si acuden al lugar donde Jason Voorhees y su mamá cometieron los crímenes; como cualquier adolescente de la época conocen la historia y no sería tan imprudentes como para tentar a la suerte. Pero hay un lago cerca...

Y, cumpliendo con los pronósticos, Jason va eliminando, oculto, silencioso, a estos jóvenes inocentes, a vecinos de la zona y a un grupo de macarras con ganas de gamberradas. El señor Voorhees no discrimina. Sin embargo, se vuelve a topar con su némesis, con un feroz contrincante que lo detendrá hasta, al menos, la siguiente entrega. En efecto, se trata de la final girl. Este personaje, a su vez, aporta la novedad de que el asesino de la máscara ya protagonizó ciertos acontecimientos que marcaron su infancia y le provocaron unos traumas que afloran levemente durante la película, como una especie de justificación argumental para que sea ella, y no cualquier otro insulso amiguito del grupo, quien finalmente sobreviva y venza a Jason.

Aquí ya podemos ver a un Jason algo más desmelenado. Las muertes son de un nivel de gore aceptable y de una variedad encomiable. Se recurre a tópicos ya conocidos y se introducen algunos nuevos, como la figura del bromista que continuamente finge su muerte -con el fin de "asustar" al resto de personajes y, de paso, a los espectadores haciéndoles creer que le ha matado Jason- y que, como al pastor del cuento, nadie le cree cuando realmente viene el lobo.

De todas maneras, si por algo pasará a la historia dentro de la saga la tercera parte de Viernes 13 es por dos cosas: por un lado, la proyección en 3 dimensiones, con unos resultados cándidos, inofensivos, inapreciables e innecesarios. Pero al menos ahí queda la ambición del proyecto.
El otro elemento de esta película que supone un antes y un después en la saga es el debut de la famosa máscara de hockey. Un elemento cotidiano (al menos en la cultura norteamericana) pero que en este contexto adquiere un matiz terrorífico de tal magnitud que actualmente es casi imposible desvincularla del personaje y del género.

Con muchas dificultades y con muchos lógicos sobresaltos, Jason finalmente muere de un hachazo en la cabeza (detalle que quedará grabado en la célebre máscara en próximas entregas). Como colofón y evidentísimo homenaje a la película original, la protagonista se despierta en una barca en medio de un lago bastante sucio y, tras superar algunos sustos y una nueva alucinación con Jason, es arrastrada hacia el agua por una señora Voorhees desfigurada y rebozada de lombrices.

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Viernes 13, Último Capítulo (Joseph Zito, 1984)

Aunque es reconocida por muchos como una de las mejores de la saga con justicia, la trama no difiere demasiado de las anteriores. Pero se nota que la experiencia es un grado y que con un entrenamiento ya de tres películas se consigue un producto de mayor calidad.

Comienza con el cadáver de Jason despertando de la morgue como (y sin el como) por arte de magia. Allí mismo ya liquida a los dos distraídos (por otros menesteres) enfermeros que lo custodian y sale del recinto -sin que nos lo expliquen ni falta que hace- para volver a su hábitat natural.

Ya en nuestra zona de confort, las orillas del lago, la historia se narra a través de dos grupos de personajes: por un lado, una familia compuesta por una madre separada, la hija mayor y el niño friki, Tommy, interpretado por Corey Feldman y uno de los escasos personajes recurrentes de la saga. A éstos se les une Rob, una especie de misterioso trotamundos altruista cuyo objetivo oculto es acabar con nuestro querido serial killer. En el otro lado, más concretamente en la cabaña contigua, nos encontramos con el menú favorito de Jason: un grupo de jóvenes con ganas de sexo, alcohol y darse un baño en pelotas en el lago. Hay que destacar que el recurso de los baños nudistas, teniendo en cuenta la ubicación tan privilegiada, no está suficientemente explotado en la saga. Entre los actores que interpretan a los chavales de esta pandilla encontramos a Crispin Glover, en un papel que le viene que ni pintado.

La importancia de ambos grupos está repartida asimétricamente; mientras la chica y su hermanito se convierten en los protagonistas y son los que se enfrentan finalmente con Jason -en un sucedáneo del personaje de la final girl con aditivos-, el grupito de sacos de hormonas acapara más minutos en pantalla porque son más numerosos y porque sus muertes son el contenido principal del metraje.

La resurrección le ha sentado bien a Jason y aquí ya está más cachas; también demuestra mayor versatilidad, sus asesinatos son más variados, como los utensilios que emplea: hachas, arpones, sierras, sacacorchos, sus propias manos... y el machete, claro.

Lo que hace esta cuarta parte diferente a las demás es su escalofriante final, con un asedio voorheesiano a la protagonista prolongado y terrorífico, que sienta las bases del Jason tal como lo conocemos, y una transformación física como mental del personaje de Tommy realmente inquietante (acaba dando más miedo que el propio Jason sin máscara). El juego psicológico del personaje de Feldman consigue que el asesino de Crystal Lake baje sus defensas y le asesta un machetazo en plena cara cuyo surco, cuando cae al suelo, la gravedad se encarga de pronunciar. Para evitar disgustos y para justificar el título de The Final Chapter, Tommy se ensaña con el machete en la ya de por sí deforme cara de Jason. No cabe duda, por fin está muerto.

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Viernes 13, Un Nuevo Comienzo (Danny Steinmann, 1985)

Jason ha muerto, pero su macabro recuerdo permanece. Especialmente en Tommy Jarvis, el chaval que acabó con él, ahora convertido en adulto, quien pagó como precio a la exterminación del monstruo un trauma muy severo.

El transtorno mental del personaje interpretado por Corey Feldman en la entrega anterior le obliga a acudir a un centro psiquiátrico. Y qué mejor lugar que... un campamento para jóvenes! A pesar de que allí coincide con un grupo de chavales aparentemente normales, su adaptación no es sencilla; además, las visiones relacionadas con sus terribles vivencias no dejan de atormentarle.

Por si Tommy no tuviera suficientes dificultades internas para lograr la paz en ese campamento, un terrible crimen se comete en él. El nerd gordito y pelmazo de turno es asesinado brutalmente por otro interno del centro (que esté justificado es lo de menos), con la fatal casualidad de que uno de los enfermeros que se hace cargo del cuerpo es el padre de la víctima... a quien el desgraciado suceso evidentemente no le sienta nada bien.

En ese momento se da el pistoletazo de salida de los crímenes despiadados. El modus operandi del asesino y el hecho de que estemos viendo una película de la saga Viernes 13 convierte a Jason Voorhees en el principal sospechoso. Incluso los sagaces miembros de la policía del condado, sin ser conscientes de que están dentro de una película, comienzan a sospechar de Voorhees como autor de los asesinatos hasta el punto de hacer dudar al espectador de la veracidad de su muerte en la cuarta parte. Como es habitual. cuando comete sus fechorías no le vemos la cara (ni la máscara), así que no podemos confirmar ni desmentir tan descabellada teoría. Sin embargo, la ausencia de fenómenos paranormales (voces, alucinaciones, resurrecciones gratuitas), resta puntos a esta versión.

Y finalmente lo vemos. Y lleva la famosa máscara y el tipo de indumentaria que suele llevar. Y su presencia sigue torturando psicológicamente a Tommy Jarvis. Pero no, no es Jason Voorhees el asesino. Jason está (y sigue) muerto. No lo descubrimos hasta que el impostor también muere, arrojado a unos clavos puntiagudos desde lo alto de un granero. Resulta ser el padre del chaval asesinado en el campamento al comienzo de la película, quien tampoco anda muy bien de la azotea.

Como siempre, el enfrentamiento final se produce entre quien creemos que es Jason (el sustituto no sólo "se curra" la máscara de hockey, sino el resto de la cabeza) y Pam (la final girl!), Reggie (un crío bastante repelente que hace las funciones del Tommy de la cuarta parte) y el propio Tommy, quien sobrevive para darnos el susto final y ser el anfitrión de la siguiente entrega.

Porque habrá siguiente entrega y tendremos más Jason, verdad?

viernes, 30 de diciembre de 2016

Una historia de Star Wars


Una historia de Star Wars (para bien o para mal, lo de "La guerra de las galaxias" suena hoy en día muy geriátrico), eso es lo que es justamente este caro entremés que nos sirve Disney este 2016 para calmarnos el hambre de más episodios de la saga galáctica por antonomasia. Por un lado, es una película de aventuras espaciales que sin el reclamo de la franquicia pasaría bastante desapercibida, desgraciadamente; parece que el interés de los magnates de Disney es suficiente y necesario para el éxito comercial y subyuga cualquier motivación creativa. Y por otro, encaja lo suficiente y necesariamente bien dentro del universo como para ser merecedor del emblema y aplacar la potencial ira del fan (apócope de fanático) que acude a la sala con lupa y microscopio.

Conscientes de ese contexto, mientras vemos la película inevitablemente dedicamos un porcentaje de nuestra atención a captar las referencias a precuelas y secuelas en forma de personajes, topónimos, acontecimientos, religiones y naves espaciales. Las encontramos efectivamente, y sin escrutar en exceso, en una medida bastante adecuada que no nos impide seguir una trama correcta pero algo escasa.

Se trata de una historia "externa" o "paralela", prescindible para la completa comprensión de la trama principal pero que cronológicamente resulta importante; es la manifestación cinematográfica de la elipsis entre el episodio III y el IV, la representación audiovisual de uno de los párrafos que progresan hacia el horizonte al comienzo de Una nueva esperanza. Y eso hace más bien que mal, aporta información adicional y coherente a la historia que tenemos grabada a fuego en nuestros corazones desde la infancia.

Sin embargo, el papel dentro de la saga del evento que relata Rogue One es tan minúsculo a nivel narrativo -como hemos dicho, apenas un par de líneas en las célebres letras espaciales del comienzo del episodio IV- que dos horas de metraje se presumen excesivas y acusa demasiado el relleno. Especialmente en su primera mitad, donde presentan unos personajes bastante tibios y una relación entre ellos de interés moderado, intercalado con unas escenas de acción que sirven una fácil desconexión a nuestro díscolo cerebro. La segunda mitad (o el último tercio aproximadamente, si contamos en minutos) es radicalmente diferente; minutos de acción con varios frentes abiertos, con tensión, con emoción, con elementos inverosímiles pero que digerimos con agrado, en los que resulta imposible desconectar ni un instante. Son tan brillantes que la pertenencia a la saga Star Wars resulta hasta irrelevante.

Como en toda historia, hay que hablar de los personajes. Al principio cuesta un poco conectar con ellos -Jyn Erso, por favor, tu vida ha sido una catástrofe pero sonríe de vez en cuando-; incluso llegamos a empatizar con el bufón, el alivio cómico de K-2SO, casi por obligación. Esto es Star Wars y necesitamos Han Solos, C3POes y compañías. De nuevo, con la aventura final, es cuando nos emocionamos y sufrimos por la integridad de nuestros recién creados héroes. El desenlace, obvio e inexorable, es para mí lo mejor de la película. Sabemos con certeza que toda la clandestina tipulación del Rogue One morirá -son personajes que ni siquiera se mencionan en las cuatro entregas posteriores estrenadas hasta ahora-, pero aún así su trágico y heroico final, justo cuando empezaban a caernos bien, nos pone los pelos un poquito de punta.

Se produce forzosamente y por exigencias de la coherencia en este fantástico universo, pero se echa en falta más momentos impactantes de esta magnitud. No pasa nada por matar a determinado personaje, no tenemos que esperar 30 años a que el actor que lo encarna ronde la jubilación para hacerlo; los personajes, como la imaginación, son gratis. Si tenemos el talento adecuado, podemos crear más, e incluso mejores.

Luego están las apariciones de celebridades y cameos. Darth Vader interviene poco y sin excesivas estridencias (la escena final es una frivolidad relativamente aceptable). El hecho de que su voz no sea por motivos obvios la del gran Constantino Romero tampoco me ha resultado tan nefasto; no tiene muchas frases y se asemeja bastante a la del doblador albaceteño. El digitalizado Gobernador Tarkin "canta" un poquito, pero porque los talluditos como nosotros sabemos que, a pesar de que tenga el mismo rostro al 90-95%, es imposible que sea nuestro querido Peter Cushing el que encarna el personaje. Y el cameo a lo Hitchcock o Stan Lee de los droides es absolutamente innecesario.

A nivel artístico, la película cumple y sigue a rajatabla el dogma de la trilogía clásica de LucasMichael Giacchino conduce la música siguiendo la estela del mejor compositor de bandas sonoras de la Historia del Cine con bastante dignidad, y no es en absoluto tarea fácil. Eso sí, la carne de gallina asoma sólo en momentos puntuales, en los que reconocemos nota a nota las fanfarrias de John Williams. De nuevo, los efectos especiales se moderan en cuanto a su contenido en CGI y las maquetas son una presencia tan agradecida como lo fueron el año pasado en El Despertar de la Fuerza. Algo que el paso del tiempo juzgará, pero que en el presente, que es lo que nos importa, merece un aplauso.

Rogue One es una película correcta, pero menor. Si fuera una de las oficiales de la saga supondría una gran decepción, pero es muy consciente de su papel y de su relevancia dentro de este universo que Disney se han empeñado -sabiamente desde un punto de vista comercial- en expandir. Por eso hay que verla, sin duda, pero no hace falta revisionarla, ni mucho menos aprenderla de memoria como deberíamos hacer con los episodios del IV al VII.



sábado, 5 de noviembre de 2016

Top 5 de Canciones Terroríficas

 5 
Creedence Clearwater Revival - Bad Moon Rising





 4 
The J.Geils Band - Fright Night





 3 
Dokken - Dream Warriors





 2 
Ramones - Pet Sematary





 1 
Alice Cooper - He's Back (The Man Behind The Mask)



sábado, 17 de septiembre de 2016

Robot Monster



En los años cincuenta recibimos numerosas visitas de seres del espacio exterior, algunos con pacíficas intenciones, con voluntad de compartir conocimientos e incluso ayudar desinteresadamente a la especie humana; en cambio otros ven a los terrícolas, bien como una amenaza, bien como un enemigo demasiado fácil de derrotar e indigno de poblar un planeta tan apetitoso como la Tierra, lo que les lleva a una actitud más beligerante.

Pero ninguno de ellos es tan demoledor como los Ro-Mans, los malvados marcianos con casco espacial con antenitas y cuerpo de gorila de la película Robot Monster (Phil Tucker, 1953). Éstos, ni cortos ni perezosos, aniquilan por completo a la raza humana, directamente con sus Rayos-Q Cósmicos o sembrando la confusión entre naciones en una época nuclear donde apretar el botoncito de lanzamiento de misiles es muy fácil. La especie humana se ha extinguido? NO! El artilugio para contar personas del Jefe Supremo de los Ro-Mans le indica que el agente enviado a la Tierra no ha completado su misión, aún quedan 8 humanos con vida.

Éstos, casi todos miembros de una misma familia, sobreviven a los letales rayos Q gracias a un suero experimental del padre, un eminente científico. Un suero cuya función inicial es nada menos que curar todas las enfermedades. También consiguen aislar su refugio de los detectores de Ro-Man, de manera que, aunque la cueva donde éste ha instalado su campamento está a un tiro de piedra de ellos, el alienígena es incapaz de localizarlos.

Ante esta situación, las comunicaciones entre el Jefe Supremo (o Gran Guía) y el Ro-Man terrestre, de apellido XJ2, y entre éste y la familia, son constantes. Entre los primeros, para que el mando reafirme (y reoriente) los parámetros de la misión a su subordinado, que no son otros que liquidar a los humanos que siguen vivos. La comunicación (por la misma pantalla!) con la familia superviviente consiste básicamente en peticiones de rendición.


Naturalmente, la familia no puede aguantar mucho tiempo aislada en su refugio (del cual sólo vemos la esquina de un patio rodeado por un muro) y algunos de sus miembros van realizando salidas al exterior, lo que aprovecha el alien para estrangularlos o por lo menos perseguirlos ridículamente. Mientras, en una de las comunicaciones por la pantalla, XJ2 ve a Alice, la hija mayor. Y sin tener muy claro lo que está pasando, comienza a experimentar sentimientos demasiado humanos para los Ro-Mans. De modo que se rebela y no sigue estrictamente el Plan impuesto por el Gran Guía, pues, cuando captura a la chica, demora todo lo posible su ejecución.

Así que el Gran Guía se cabrea y lanza de nuevo los rayos Q, que matan a XJ2, y cuyo otro de sus efectos es devolver a los dinosaurios a la Tierra. Quien dice dinosaurios dice dos tricerátops luchando entre ellos, un cocodrilo con una aleta dorsal pegada enzarzado en una pelea con una especie de iguana, e incluso un armadillo. Los humanos (se supone) se han extinguido, pero el planeta ya no les sirve a los Ro-Mans. Tras todos estos despropósitos hay una pequeña sorpresa al final, de la cual no vamos a hacer spoiler, pero que la incoherencia de la trama invita a sospechar de qué se trata.

Es posible que Robot Monster figure en muchas listas de peores películas de la historia, pero la (presumiblemente) buena voluntad, el carisma del gorila espacial, los efectos especiales cutres y las irregulares interpretaciones la convierten en un objeto de cierto interés. Además, viéndola sólo pierdes 62 minutos de tu tiempo!



lunes, 30 de mayo de 2016

Sucesos en la Cuarta Fase


Una vez transcurrida la trepidante década de los cincuenta, en la que un torrente de gigantescas amenazas biológicas arrasaron ciudades y continentes dentro de pantallas de cine, las criaturas mutantes con deseos de exterminar la Humanidad vieron que hacerse grande no era garantía de éxito. Mantis, tarántulas, reptiles, incluso mujeres de 50 pies, exploraron otras vías para dominar la Tierra. Al menos en Occidente, porque en el cine japonés los monstruos colosales no se rindieron tan fácilmente.

Las hormigas ya lo habían intentado infructuosamente en Them! (o La Humanidad en peligro) (Gordon Douglas, 1954), pero su proverbial constancia les obligaba al menos a volver a intentarlo. Esta vez de manera mucho más sigilosa... y más verosímil.

Phase IV (Saul Bass, 1974) describe, como indica el título, a lo largo de su metraje las cuatro fases de la evolución de unas hormigas en una colonia en pleno desierto de Arizona, un proceso cuya siniestra culminación es la subyugación de la raza humana. Todo comienza con un extraño fenómeno astronómico con consecuencias aparentemente inocuas para los habitantes de la Tierra... a excepción de estas hormigas. Éstas comienzan a alterar su comportamiento; las distintas especies -otrora irreconciliables- empiezan a cooperar, mientras que la población de sus más célebres depredadores (arañas, mantis...) se ve drásticamente mermada.

Un científico, el doctor Hubbs, y un especialista en cifrado de mensajes de ballenas, James Lesko, acuden a la zona a investigar -y si es necesario, aplacar- el problema de las hormigas. En un principio, la principal traba a la que se enfrentan son de índole burocrática; la investigación tiene un coste económico demasiado alto y un horizonte temporal demasiado breve como para depender del libre albedrío de unos insectos. Sin embargo, ése se convierte en un problema menor, pronto todo se vuelve en su contra y la ventaja inicial de los humanos, en aspectos como el intelecto, el tamaño o la tecnología, se reduce en paralelo al crecimiento de la colonia de hormigas como entidad intelectualmente unitaria.

Las hormigas boicotean las instalaciones de los científicos, destruyendo la comunicación con el exterior o edificando extrañas construcciones alrededor de la cúpula donde viven y trabajan Hubbs, Lesko y Kendra -la nieta de unos granjeros de la zona a la que rescatan- que, recibiendo oportunamente los rayos solares, incrementan notablemente la temperatura en el interior del recinto. Poco a poco las hormigas se van haciendo con el control de la situación. La claustrofobia que provoca estar en medio de un desierto, rodeados de gas tóxico -producto de un ataque preventivo hacia las hormigas- y la amenaza de un enemigo insignificante individualmente pero aterrador cuando va acompañado generan una inquietud mayor que la que provocarían unos bichos de veinte metros de altura.

La inteligencia de esa entidad formada por millones de hormigas alcanza niveles muy altos, hasta el punto de ser capaces de comunicarse, no sólo entre todos y cada uno de los miembros de su organismo, sino con los propios humanos. Éstos, en cambio, sufren el proceso contrario; el doctor Hubbs, que ha sufrido una letal picadura en la mano, enloquece en su intento de acabar con la reina de la colonia, el nexo de unión de todo un sistema nervioso con obreras y machos alados como neuronas. Lesko, sin embargo, más pragmático, asume la derrota y llegando al hormiguero es testigo del inicio de la Cuarta Fase: la esclavización de la raza humana.

Este final apocalíptico y pesimista tiene como epílogo un metraje inédito que los directivos de la Paramount obligaron a Saul Bass a recortar. Estuvo "perdido" mucho tiempo, pero en tiempos de YouTube casi todo tiene solución.



Phase IV es un clásico de esa ciencia-ficción setentera que tanto nos gusta. En algunos momentos se asemeja a un peculiar documental de insectos, gracias a la excelente aportación de Ken Middleham, aunque la mayoría de las veces las imágenes no están exentas de cierta contribución dramática. Pese a su aparente sencillez, aborda temas filosóficos y políticos, e incluso hay momentos catalogables dentro del género de terror. Nosotros nos quedamos con ese toque de ciencia-ficción previa a un futuro distópico, donde nos gobernarán las hormigas, y con ese final catastrófico. Porque las películas de este tipo tienen que acabar mal, porque los humanos hacemos las cosas mal y tenemos que aprender de nuestros errores.

sábado, 14 de mayo de 2016

La Profecía


No se debe desaprovechar la oportunidad de ver un clásico del terror como La Profecía (The Omen, Richard Donner, 1976) de la manera en que se tienen que ver las películas, en pantalla grande. Y si bien es cierto que han pasado 40 años desde su estreno y el cine de terror ha evolucionado en paralelo a nuestra capacidad para asustarnos, sigue resultando estremecedora. Por varios motivos.

Esta película cuenta con un considerable número de imágenes icónicas del género, con planos impactantes como el suicidio de la niñera y la posterior mirada de pánico extremo de Lee Remick, la muerte por empalamiento del cura, el empujón de Damien con su triciclo a su madre y sobre todo la mirada perversa del crío. También hay varias escenas de mucha tensión, que aún hoy en día nos provocan cierta inquietud en la butaca: los babuínos asediando el coche, los perros en el cementerio, ese final apoteósico...

Porque la película comienza muy sosegada, relatando la pacífica vida de una familia, no totalmente normal por su privilegiada situación, pero con un gran secreto. Conforme se van sucediendo los acontecimientos (muertes extrañas y esas cosas) y el protagonista, Robert Thorn (Gregory Peck), va venciendo su lógico escepticismo inicial, el ritmo aumenta hasta alcanzar su clímax en los últimos minutos.

Capítulo aparte merece la banda sonora del gran Jerry Goldsmith. Una buena parte de la tensión y el miedo que nos provocan muchas de las secuencias se debe al magnífico acompañamiento musical. El efecto de quitarle la música (o sustituirla por otra menos brillante) sería similar al de prescindir de las fanfarrias de John Williams en E.T. o Indiana Jones y el Templo Maldito.




Viendo La Profecía hoy no se pasa realmente miedo, al menos no tanto como el que tuvieron que pasar los que la vieron hace 40 años. Lo que sí es cierto y relativamente preocupante es que se puede pasar más miedo que con la mayoría de películas de terror que se hacen en la actualidad.


viernes, 13 de mayo de 2016

Guerra Civil


Otra más. Y ahora con más personajes, para superar a la anterior. A este crecimiento exponencial, los señores de Marvel alcanzarán la difícil empresa de agotar su superpoblado Universo. Porque ahora da pereza retornar a aquellas historias de un solo héroe contra un solo villano, y cuyas apariciones fugaces (rozando el cameo) de secundarios era todo un acontecimiento. Sin ir más lejos, las recientemente estrenadas realizadas a la vieja usanza (Deadpool, Ant-Man...) necesitan recurrir a más personajes para coger un poco de oxígeno.

El único problema es encontrar la manera de dar marcha atrás. Porque este esquema narrativo es prácticamente insostenible: agotamiento de la fórmula, complejidad narrativa en aumento, agendas apretadas y pretensiones caprichosas de actores imprescindibles, etc. Habrá que volver atrás... pero no tenemos prisa.

Otra característica que condiciona Capitán América. Civil War (curiosamente no habíamos nombrado el título de la película protagonista de este artículo hasta ahora) ya lo hemos tratado en otros artículos de este humilde blog. Las películas de este nuevo género -de superhéroes?- se conciben, no de manera aislada, sino como una serie. O mejor dicho, como una red, sin un orden cronológico estricto que las alinee. Esto puede tener dos efectos negativos: por un lado, supone un yugo al buey de la creatividad de los guionistas, ya que algunos aspectos (presencia/ausencia de algunos personajes, consecuencias de acontecimientos pasados, etc.) deben tenerse en cuenta a la hora de explicar la historia que nos ocupa en este momento. Exactamente como en una serie. En el cómic, género primigenio, también pasa a menudo, pero en ese medio resulta más barato reinventar universos. El otro efecto negativo, relativamente más grave, es que puede condicionar el visionado del espectador. Todas estas películas tienen la simplicidad suficiente como para que no suceda, pero para disfrutarla plenamente tenemos que hacer previamente los deberes.

Reflexiones filosóficas -y a estas alturas ya un poco redundantes- aparte, la película merece la pena. No es un peliculón, pero es honesta, cumple con lo que promete. Para lo bueno y para lo malo. Porque junto a efectos digitales exagerados, moralismo inverosímil, agujerillos de guión, entre otros defectos, tenemos acción a raudales e ininterrumpida, que es básicamente lo que buscan nuestros cerebros ávidos de desconexión.

La película tiene muchos personajes, como ya ha quedado claro. Y tenemos que confesar que la cuota de pantalla de cada uno de ellos está increíblemente bien repartida. Tal vez en alguna batalla perdamos de vista a algún personaje (el escaqueo es inevitable en el trabajo en equipo), pero da la impresión de que si contamos los minutos en los que interviene cada uno, nos sorprendería el resultado. Pertenece a la saga del Capitán América y el desarrollo del argumento no deja lugar a dudas, pero Tony Stark también goza de sus buenos minutos. Por cierto, no sabemos si por culpa de Chris Evans, pero Steve Rogers, a pesar de todos sus superpoderes, el carisma del personaje del cómic y su rebeldía antisistema, nos sigue resultando soso. Mucho más cuando lo comparamos con Iron Man, con un Robert Downey Jr. en su interior al que muchos vaticinaban agotamiento a corto plazo pero que resiste con mucha solvencia.

Nos gustaría, para terminar este humilde análisis, comentar un par de cosas. Y sin spoilers, como hasta ahora. Técnicamente vuelve a ser insuperable, con unos efectos digitales que nuestras retinas ya reconocen, pero que quizás abusa del movimiento de la cámara en los combates y nos priva de una coreografía seguramente excepcional. También en alguna escena exigente los dobles cantan, algo entrañable en producciones de menor presupuesto pero merecedora de tirón de orejas en eventos cinematográficos de este calibre.

En relación a la historia, el papel del villano también es digno de mención por su originalidad. No responde al arquetipo de ser todopoderoso, de cuya génesis somos testigos. Se limita a urdir un plan ingenioso, con un propósito claro y convincente. E interpretado por un -como siempre- excelente Daniel Brühl.

Capitán América. Civil War es otra pieza del rompecabezas, otro eslabón de la cadena, otro ladrillo del edificio. Pero que sigan, que sigan construyendo que, aunque ya nos sabemos el truco, nos estamos divirtiendo.

sábado, 26 de marzo de 2016

El Amanecer de la Justicia


Ni se trata de la mejor película de superhéroes(1) ni le resta un ápice de credibilidad al bueno de Zack Snyder. Batman vs Superman, el Amanecer de la Justicia es una buena película que tiene detalles -algunos imperdonables- que la alejan de convertirse en una película redonda.

La tormenta de ideas (y de opiniones) que genera su visionado necesita un poco de pacificación. Por eso, para organizar mejor este humilde análisis, lo dividiremos en dos secciones: lo bueno y lo malo. También habrá algún spoiler; por tanto, querido lector, si aún no ha visto la película y prefiere evitarlos, le invitamos a que lea el artículo una vez la haya podido ver.

Lo bueno:

  • Lo mejor, sin duda, es la participación de Wonder Woman. Sin apenas trascendencia en la trama, su presencia se justifica únicamente como heraldo de las secuelas y crossovers que están por llegar. Sin embargo su aparición es tan contundente en la parte final de la película que eclipsa y devora casi literalmente a los otros dos héroes. Entre estos dos personajes que ya nos resultan demasiado conocidos (lo que no significa que nos hayamos cansado de ellos), la amazona supone, como se diría de manera bastante cursi, un soplo de aire fresco. Ni que decir tiene que esperamos como agua de mayo la primera entrega de su propia serie. 
  • El personaje de Lex Luthor. Las dudas y la inconstancia de Batman y Superman en su hostilidad mutua convierte a Lex Luthor en el villano de la película. No es ninguna sorpresa que ambos héroes, de naturaleza bondadosa, se acaben aliando y luchando en el bando "de los buenos", y gran parte de culpa de este alineamiento la tiene el personaje interpretado por Jesse Eisenberg. Sin ser un villano memorable, cumple con creces su misión gracias a sus medios económicos, su imprescindible locura y su elevado grado de maldad intrínseca. Uno de los aspectos más controvertidos de este personaje fue el cásting; la elección de Eisenberg tal vez fue algo frívola pero, para nuestro gusto, altamente atractiva. De esa generación de actores permanentemente adolescentes, su papel en La Red Social (2010) -bastante similar al de Luthor en ciertos aspectos- fue determinante para acaparar nuestras simpatías.
  • Analizados aisladamente, los personajes de Batman y Superman tampoco están mal. Si la elección de Eisenberg para Lex Luthor fue polémica, la de Ben Affleck para Bruce Wayne la superó con todos los honores. Y sin embargo cumple. El Hombre Murciélago es un personaje al que aún no han encontrado al actor definitivo que lo encarne -si tenemos que elegir alguno, nos quedamos con Michael Keaton sin estar plenamente convencidos-. Affleck tampoco lo es. Las canas en las sienes y su fornida anatomía le otorgan una solemnidad propia del Caballero Oscuro de Frank Miller, lo cual es de agradecer porque es una de las mejores versiones de Batman jamás escritas. Pero se le nota cierta fragilidad al final de la película, sensación a la que contribuye el muy solvente Superman diseñado para Henry Cavill, buena gente cuando se disfraza de Clark Kent, incluso pardillo en determinadas circunstancias, pero extremadamente poderoso. Lo que se necesita para crear un buen Superman.
  • La película se divide claramente en dos partes; una primera mitad más argumental y filosófica y otra segunda compuesta exclusivamente de acción. En esa primera hora y pico de proyección vemos una loable voluntad de aportar algo más que efectos digitales en una película de este tipo y, aunque no totalmente, lo consiguen. La falta de éxito de este planteamiento se debe a una constante sensación de espera; nos han vendido una lucha entre nuestros dos superhéroes favoritos y es lo que hemos comprado. Los amagos, las indirectas, los mensajitos que se lanzan principalmente como sus alter ego humano, nos preparan sin que nos demos cuenta (o sí) e incrementan esta impaciencia.
  • Y cuando la espera termina, el espectáculo está servido. Nos encontramos con una lucha, no a dos bandas, sino a muchas. Y eso, sin ser la panacea de la originalidad, es como un pequeño oasis en las continuas historias de buenos contra malos que tantas veces hemos digerido. Pero la novedad es frágil y breve y pronto cae en el tópico del despliegue de efectos, por otro lado, excelentemente ejecutados. Luchas cuerpo a cuerpo, rayos eyectados de los ojos, destrucción de ciudades... la última media hora no es muchísimo mejor que nada que hayamos visto antes (en la factoría Marvel, sin ir más lejos) pero es apoteósica. Con tanto efecto digital quizás el ojo de espectadores Cebolleta como nosotros se pierda, pero se disfruta notablemente. Nos dan justamente la acción que tanto estábamos esperando.


Lo malo:

  • A nivel global, la sensación de que no hemos visto una película, sino el capítulo de una serie. Y no es un defecto exclusivo de Batman vs Superman, sino lamentablemente una tendencia. Este tema quizá merecería un artículo propio (una vez más), pero es inevitable que los espectadores nos sintamos como marionetas en una guerra entre Marvel y DC (o entre Disney y Warner, da lo mismo), en la que ambos bandos siempre ganan. Si compramos la entrada para ver esta película, nos obligan a que compremos las entradas para toda una saga ya programada para los próximos 5 años si queremos conocer el final de la historia. Si es que ese final existe. La película tiene un final, en efecto, pero lo más atractivo son esos detalles (quién es Wonder Woman? Y los otros tres humanos con poderes que hemos visto? Ha muerto realmente Superman?) cuya incógnita se revelará (o no) en futuras entregas. Eso condiciona inevitablemente el visionado. En nuestros tiempos -y volviéndonos a poner en la piel del abuelo Cebolleta- veíamos una película sin saber de antemano si iba a tener secuela/s.
  • Otro de los problemas, también ajeno a la propia película, es el perjuicio que llevan consigo los tráilers y la información previa. Si en vídeos promocionales nos muestran sin disimulo a Doomsday, sabemos que en la lucha final éste será el principal adversario, destrozando nuestra potencial capacidad de sorpresa. Como también esperamos (y cómo lo esperamos) que Wonder Woman se alinee con el Caballero Oscuro y el Hombre de Acero en esa lucha final. Es difícil controlar la corriente de información desbocada que la sociedad actual permite que fluya pero, como analizamos en un artículo de este blog, hay que saber dosificarla para no menoscabar el disfrute de la película. Hemos llegado a un punto en que el producto se comienza a consumir mucho antes de su estreno y eso, no sabemos si es mejor o peor, pero resulta extraño. 
  • Como es posible que ya haya quedado claro, la película en sí no es perfecta. El guión, sin ser un elemento crucial en los productos de este género, tiene algunos fallos. Por ejemplo, el que más llama la atención, es el motivo por el que en el último instante Batman perdona la vida a Superman y toda la enemistad se convierte en alianza. Porque sus madres se llaman igual, Martha? Por supuesto que Bruce Wayne quería mucho a su madre, pero la conciencia no actúa tan rápido como para perdonar al instante a un enemigo que llevas persiguiendo tanto tiempo. Por desgracia nos queda la sensación de que si nos ponemos a diseccionar con más esmero encontraremos más giros argumentales cogidos con pinzas. También el recurso del sueño -presente en más de una ocasión- es barato, si no gratuito, para mostrarnos escenas de relleno o que alimenten a los especuladores visionadores de tráilers. No conviene abusar (2).
  • Oficialmente es la segunda entrega de la saga de Superman, pero realmente es la primera de otras muchas sagas. Por eso sale Batman, Wonder Woman y más personajes muy de soslayo. La presentación de estos personajes (que no son otros que Flash, Aquaman y Cyborg, los que faltan para formar la Liga de la Justicia) resulta muy forzada y sacrifica minutos de metraje de esta película con escenas de escaso aporte y calidad. Se podía haber hecho de manera más elegante, con guiños y alusiones que los fans cercanos -y no tan cercanos como nosotros- hubieran aplaudido. Es la demostración, una vez más, de que no es un producto aislado sino una pieza más del rompecabezas que DC está construyendo. Un rompecabezas que será maravilloso, pero de cuyas piezas será difícil disfrutar de manera independiente.
El mundo de los cómics es fascinante y, ante la falta de ideas de Hollywood, supone un filón casi inagotable. No obstante tenemos ganas de ver a Zack Snyder en otro registro, también en un universo fantástico o de ciencia-ficción, pero lejos de la influencia tan directa de los cómics. Debemos tener cuidado y dosificar este género, el de los cómics. Debemos procurar no esterilizar demasiado pronto a la Gallina de los Huevos de Oro.


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(1) Tan relativamente extensa es la producción actual que el cine de superhéroes se ha ganado a pulso el calificativo de género cinematográfico, como el cine negro, el western o la comedia romántica.

(2) Porque cuando veamos cosas raras en cualquier película pensaremos que se trata del sueño de un personaje, intrascendente para la trama. Y en muchos casos lamentablemente acertaremos.