viernes, 17 de abril de 2015

Los tráilers (no) me convencen


Efectivamente, muchos aficionados al cine y prácticamente la totalidad de fanáticos de la saga Star Wars hemos podido disfrutar de estos casi dos minutos nuevos de contenido de la pel... del acontecimiento cinematográfico del año. La publicación, propagación y expansión de este teaser (1) ha tenido, tiene y tendrá más repercusión que la mayoría de películas estrenadas por estas fechas. No nos atrevemos a afirmar que la frase pronunciada al final del mismo por un envejecido (pero no tanto como nos temíamos) Han Solo pasará a la historia del Séptimo Arte, pero estamos convencidos de que será un merecido hashtag mundial durante semanas. Este hecho, el de que un tráiler sea casi tan esperado como una película, nos ha hecho reflexionar sobre la evolución en la producción y el uso de este instrumento, antaño comercial y hoy en día también artístico y social.

Queremos aclarar que el tráiler (o teaser!) que ilustra el primer párrafo de este humilde artículo no es en absoluto el desencadenante, al menos principal, de esta reflexión. Sería la excepción, pues consideramos -huyendo del fanatismo, o no- que todo lo que está generando está plenamente justificado.

Como siempre en estos casos, debemos comenzar por el principio. O por lo menos desde el momento que alcanza nuestra memoria. Antiguamente veíamos los tráilers principalmente en las salas de cine. Como ahora, más o menos, sólo que por aquel entonces formaban parte de una ceremonia muy esperada por la audiencia, con su cortinilla de MovieRecord incluida. También podíamos ver tráilers por televisión, de un formato más breve que los rebajaban a la categoría de anuncio. Ahora estos tráilers, por la voracidad comercial de las televisiones privadas, vienen insertados en los informativos disfrazados de noticia.

Incluso en muchas de las cintas que alquilábamos en los videoclubs podíamos disfrutar de aquel suculento contenido extra que suponían los tráilers justo antes de la típica pantalla azul con el número de registro y la clasificación legal. En este caso la efectividad era menor, porque cuando veíamos una película de una antigüedad media, los tráilers, grabados a fuerza de impulso magnético en aquella cinta e imposibles de actualizar, habían perdido vigencia.

Por aquella época tenían un elevado componente romántico. En infinidad de ocasiones llegamos a aprendérnoslos de memoria porque, aunque fueran superproducciones de presupuestos estratosféricos, el tráiler era siempre el mismo. Posteriormente, al ver por fin la película, disfrutábamos, con algún que otro fiasco del cual culpábamos al doblaje, del ejercicio de reconocer las memorizadas escenas del tráiler. Ahora salvo contadas excepciones como "Chewie, we're home" o "We have a Hulk", nos obligan a consumir las imágenes a tal velocidad que el sujeto y el predicado de los diálogos a duras penas aúnan fuerzas para incrustarse en nuestra selectivísima memoria.

Si hace 30 años sólo podíamos contar con uno, dos a lo sumo, tráilers por película, la proliferación actual es abrumante. Suponen un acompañante en paralelo a la producción, que sueltan imágenes a cuentagotas cada cierto tiempo para mantener el interés, las ganas de verla, el contradictoriamente perverso hype, en los espectadores. Cada nuevo estreno -sí, ya no sólo se estrenan películas, también se estrenan tráilers- es un acontecimiento aplaudido por esa masa tan abstracta pero a la vez tan concreta como son las redes sociales.

Sin ir más lejos, el lunes pasado pudimos ver nada menos que 4 tráilers nuevos, de 4 blockbusters (otro palabro) de este año: Ant-Man, Jurassic World, Los Vengadores y Terminator Genisys.



Los primeros teasers no dejan de ser fragmentos del material ya rodado, conectados con una lógica precaria, o un despliegue de efectos especiales no apto para retinas sensibles. Conforme se acerca la fecha del estreno estos avances cada vez van mostrando más -obviamente deben mostrar algo que no hemos visto hasta entonces-, hasta prácticamente revelarte la trama de la película entera. En el 99% de los casos no dejamos de ir a verla por esta circunstancia, por lo que es una práctica que no caerá en desuso por parte de los productores, pero sí que es inevitable el sentimiento de decepción o incomprensión desde el punto de vista del espectador.

Hay varios factores que han influído en la evolución de este producto -gratuito y, por tanto, extremadamente popular-, pero nos gustaría destacar dos. Por un lado, la digitalización. A nivel técnico es mucho más fácil ahora montar una película (lo que no significa que tenga menos mérito). Por consiguiente, se puede preparar un teaser en cualquier momento, en cuanto se tenga un mínimo de material grabado. Como una máquina de hacer churros...

El otro elemento que ha facilitado la masiva presencia de estas dosis de hype son los blogs y las redes sociales. No necesitamos ir al cine o esperar a que en la tele nos pongan el anuncio para ver a un Schwarzenegger casi septuagenario soltar mamporros a su alter ego ochentero en la nueva de Terminator, o para aprendernos el nuevo chascarrillo de Robert Downey Jr. como Tony Stark. En cuanto la productora lo vomite, en cuanto exista, podemos verlo ipso facto, tantas veces como queramos.

Nuestra humilde moraleja es que hay que consumir los tráilers con moderación. Es un tipo de producto audiovisual que ha evolucionado de manera paralela al cine, sobre todo el comercial hollywoodiense, por lo que no hay que denostarlo en exceso. Pero sí que tenemos que verlos con prudencia, sin que nos perjudique la actitud previa, sin olvidar que lo verdaderamente importante, lo que nos gusta y emociona y nos hace pagar una entrada y sentarnos en una butaca, es la película.



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1. En su momento nos costó asumir que la palabra trailer no designaba únicamente un camión muy grande y ahora nos implantan nuevos términos plagados de matices...

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